¿Por qué la redistribución del ingreso es injusta?
Es muy común escuchar pedidos que consisten en tomar medidas que lleven a una sociedad más justa, de manera tal que el sistema sea más equitativo.
Y para ello, se suele pensar que la forma de lograr la igualdad en materia económica es a través de la famosa redistribución del ingreso.
¿Pero qué hay de cierto en este planteo?
Para responder mi pregunta, se puede recurrir a un ejemplo que voy a explicar a continuación, y que denominaremos Dilema de la Pizza.
En este ejemplo, nos imaginaremos una pizza grande, la cual fue partida en dos mitades:
En este ejemplo, nos imaginaremos una pizza grande, la cual fue partida en dos mitades:
¿Se trata de una repartición pareja o igualitaria?
En general, quienes escuchan esta pregunta suelen responder que sí.
Al estar dividida entre un 50-50%, es razonable sostener que la división sea igual. De hecho, la respuesta es correcta. Acá no hay NADA para debatir.
El problema aparece cuando nos planteamos la siguiente pregunta:
¿Es justa esta distribución?
La respuesta dependerá de muchas cuestiones.
Por ejemplo, hay que tener en consideración cuánta gente es la que está dispuesta a comer esa pizza. No es lo mismo que quienes se sienten a comer en la misma mesa sean una sola persona, dos, tres, o un grupo numeroso de amigos.
Asimismo, si queremos saber si la división es justa, deberíamos responder otras preguntas adicionales, como puede ser quién cocinó la pizza o quién pagó el producto terminado.
Además, si alguien pagó por estos ingredientes, entonces hay que preguntarle a esa persona qué quiere hacer con la pizza.
Fíjense lo sencillo que es el ejemplo y cuánto lío se genera en torno al problema de la redistribución del ingreso, que para este ejemplo, no es más que el debate sobre la distribución de nuestra masa de harina, muzzarella, tomate, albahaca y aceite de oliva.
Siguiendo el análisis, supongamos ahora que la pizza está hecha por una mujer llamada Jimena, y que esa persona quiere comerse el 100% de la pizza (no quiere dividirla de ninguna manera).
La pregunta es:
¿Por qué alguien debería negárselo?
¿Con qué derecho le exigiríamos dividir una pizza que es suya?
Por el contrario, si hacemos de cuenta que Jimena (en vez de comerse la pizza entera) invita a Juan a su casa y dividen el alimento en una mitad para cada uno, entonces la distribución es perfectamente justa. Es más, también sería justa si acuerdan dividirla entre un 60-40%, 70-30%, 80-20%, o las cantidades que ambos prefieran. En cualquiera de estas decisiones, aquellos que estamos afuera del contrato no tenemos que opinar NADA.
Ahora bien, lo que no es justo bajo ningún punto de vista es que Juan vaya a la casa de Jimena y, por el método que sea, le arrebate una mitad de su pizza a Jimena. Eso no tiene ninguna justificación moral ni económica.
Lo mismo ocurre si ponemos como ejemplo a un señor que sube a un autobús con los bolsillos cargados de dinero, y una pasajera saca un palo mientras lo amenaza con entregarle todo lo que tiene porque si no lo hace, le rompe la cabeza. Por más que el hombre acceda a darle el dinero y ella lo reparta igualitariamente entre los pasajeros que están en el autobús, no podemos decir que esa distribución sea justa. Más bien se trata de un ROBO.
A través de estos ejemplos, llegamos a la conclusión de que una distribución equitativa no tiene nada que ver con la justicia.
Cuando se habla de la distribución del ingreso y se pide que sea más equitativa a través de la intervención estatal, se suele interpretar que es así cómo se llega a una distribución más justa. Pero esto es absolutamente mentira.
Como hemos visto en el segundo ejemplo de la pizza, en donde Juan le roba una mitad a Jimena, la distribución equitativa de esta comida terminó violando el derecho fundamental de quien la había elaborado, al disfrutarla de la forma que tenía ganas. Además se ignoró por completo el esfuerzo hecho por Jimena, en producir o comprar su propio alimento.
En resumen, si Juan y Jimena están de acuerdo en dividir la pizza en dos mitades, entonces la distribución será justa.
Pero si a Jimena le sacan por la fuerza la mitad de su producción, estamos frente a una igualdad no merecida, un ataque violento a la propiedad privada.
Este punto ya lo manifestaba el economista Ludwig von Mises, en su libro "Los fundamentos últimos de la Ciencia Económica", cuando hablaba acerca de los problemas que traía la medición del Producto Bruto Interno de un país.
En su texto, él afirmaba:
"El concepto de ingreso nacional elimina por completo las condiciones reales de producción dentro de una economía de mercado. Sugiere que no son las actividades de los individuos las que traen aparejadas la mejora (o la caída) en la cantidad de bienes disponibles, sino algo que está por encima y por fuera de esas actividades. Este algo misterioso produce una cantidad llamada 'ingreso nacional' y luego un segundo proceso 'distribuye' esta cantidad entre los diversos individuos. El significado político de este método es obvio: uno critica la 'desigualdad' imperante en la 'distribución' del ingreso nacional. Uno evita la pregunta acerca de qué hace que el ingreso nacional suba o baje y da por sentado que no hay desigualdad en las contribuciones y logros de los individuos que están generando las cantidades totales de ingreso nacional".
En el ejemplo sencillo de la pizza, hay que tener en cuenta las diferencias en la contribución a la producción a la hora de pensar en su distribución.
Otro autor que mencionó este tema fue el filósofo norteamericano Robert Nozick, que le respondió a otro filósofo de la misma universidad, llamado John Rawls, en un famoso debate que tuvieron en la década del 70, sobre la justicia y la distribución del ingreso.
Esto es lo que nos cuenta Joan Verges Grifa en un libro acerca de Rawls:
"Lo primero que Nozick le criticó a Rawls fue que creyera que existe un problema llamado justicia distributiva. ¿Por qué debería uno preocuparse por cómo han de distribuirse los bienes que hay en una sociedad? Eso sería un problema, dijo, si no supiéramos qué contribución hace cada individuo a la riqueza social. Sin embargo, la contribución de cada uno es muy fácil de determinar cuando existe un mercado en el que las personas ofrecen su fuerza de trabajo y sus talentos a cambio de una remuneración. Lo importante es que los individuos son por naturaleza libres y poseen unos derechos fundamentales, uno de ellos es el derecho a la propiedad privada. Por consiguiente, el Estado no tiene ninguna legitimidad para quitar aquello que es de uno para dárselo a otro".
De este modo, deducimos que la igualdad es una palabra que suele asociarse a la justicia. Y en algún sentido, esto es cierto. Cuando hablamos de las reglas de juego, es bueno que sean iguales para todos. Es justo que todos enfrentemos las mismas reglas si estamos jugando (por ejemplo) un campeonato de fútbol. Que las reglas sean parejas para todos permite que quienes alcancen mejores resultados lo hagan producto de su mayor esfuerzo, dedicación, o incluso un poco de suerte. NO gracias al favor de algún Juez o tribunal.
Para ir cerrando:
La igualdad ante la ley es absolutamente deseable y necesaria para sostener una sociedad civilizada.
Pero no ocurre precisamente lo mismo con la igualdad de resultados, o lo que se conoce como la igualdad en la distribución del ingreso de un país; porque esto puede llevar a la violación de las libertades fundamentales de las personas y, en consecuencia, a una sociedad injusta; a diferencia de lo que se busca.
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