La importancia del sector agropecuario argentino
Argentina es un país de clara raíz agropecuaria.
Y hoy por hoy, el campo está muy golpeado a causa de las malas políticas del gobierno actual. Lo mismo ha ocurrido durante los mandatos anteriores por varias décadas.
Los salarios reales que hoy pagan los sectores industriales serían mucho más onerosos que en una economía sin retenciones; porque cuando éstas no existen, los alimentos se vuelven más caros (en el CORTO PLAZO). Entonces, se pone la carne, la energía, el petróleo y el gas lo más barato posible para que el industrial haga el menor esfuerzo y pague los mismos salarios reales.
Por eso este último 23 de Marzo, hubo una marcha por el campo llamada Tractorazo, en donde se han visto protestas masivas en varios sectores del país; pero no solo a favor del sector agropecuario, sino de toda la gente de trabajo en general, que se ve asfixiada por los impuestos y cada vez le resulta más difícil llegar a fin de mes con la inflación. Hablo del comerciante, el emprendedor, el monotributista, el cuentapropista, el jubilado, el docente, el ciudadano común de a pie que tiene que levantarse temprano todos los días para tomarse un colectivo o un tren e ir a trabajar.
Cabe destacar que la marcha se realizó un sábado para no afectar la circulación un día de semana, reflejando una notable diferencia entre quienes producen y quienes se rascan las pelotas...
En el caso del agro, que es un sector que se dedica a exportar, el gran problema se debe a las retenciones altas que tiene que pagar, en un contexto económico en el que el gobierno se dedica a controlar las exportaciones, las importaciones y el precio del Dólar. Lo malo de esta política es que la retención se cobra sobre el precio bruto, y la paga siempre el productor.
El reclamo a favor del sector agropecuario no es por parte de oligarcas rurales; porque cuando una persona apoya al campo, no está defendiendo únicamente al gringo de la 4x4, sino a su tambero, al camionero, al puestero, al almacén, al ingeniero agrónomo, al veterinario, al contador que le lleva los papeles, al sembrador, a los empleados que confeccionan los silos, a las cooperativas, al frigorífico, al escribano, al administrador, al tractorista, al peón del tambero.
Es inimaginable la cantidad de familias que viven en el campo y TRABAJAN.
Entonces, cuando alguien te pregunte por qué defendés al campo, acordate de ellos.
Cuando al agro le va bien, se benefician muchísimos pueblos rurales, ya que este sector genera empleo de forma directa e indirecta.
Eso sin tener en cuenta que la retención implica que se le esté cobrando un impuesto a la función de comerciar con el mundo, lo cual es algo ridículo. De hecho, esto no se hace en ningún país del mundo en el que la gente prospera. La retención es prácticamente una PENALIDAD; porque se trata de un derecho de exportación a venderle productos al resto de los países.
Hay que ser muy estúpido para no defender al campo. No solamente por las razones que estoy describiendo en esta nota, sino porque además es una actividad central en un país que es el octavo en dimensión territorial del mundo, y de los que más superficie cultivada tiene respecto de su territorio.
El agro es la ventaja comparativa de Argentina. Esto significa que el agro es el bien de la economía que a nuestro país le cuesta menos dinero producir y aún así, le genera una enorme rentabilidad. Por poner otros ejemplos, la ventaja comparativa de Reino Unido son los productos textiles; y la de Nueva Zelanda, los lácteos, que le permitieron alcanzar un ingreso per cápita 5 veces más alto que el nuestro.
Por otra parte, cada vez que alguien se manifiesta en contra de las retenciones a la soja, maíz, trigo, y las economías regionales, es común que los funcionarios del Kirchnerismo respondan que están tomando esta medida porque buscan priorizar la recaudación impositiva. Pero en realidad, lo hacen porque se niegan a financiarse bajando el gasto público y achicar el tamaño del Estado, que es donde vive la clase política.
Contrariamente a esto, Argentina debería patear el tablero y dedicarse a comerciar libremente con el mundo, con retenciones del 0% para todos los sectores exportables y aranceles a las importaciones del 0% (o muy cercanos a esa cifra), mientras que el gasto público debe ser demasiado bajo para que los impuestos sean razonables. También hay que flexibilizar las leyes laborales para alentar a las empresas a contratar nuevos empleados.
Otro detalle no menor es que del 100% de la recaudación, las retenciones a las exportaciones representan solo el 8%. O sea, MUY POCO. Y cuando hablo de toda la recaudación, me estoy refiriendo a nivel nacional, provincial y municipal. Por lo tanto, con apenas algún esfuerzo en reducir el gasto público, las retenciones se podrían eliminar sin ningún inconveniente.
Además hay otra cuestión muy importante en cuanto a las retenciones a las exportaciones, que es la siguiente:
Para estos esquemas ideológicos, las retenciones no son (en primera instancia) un instrumento de recaudación; porque en un principio, se llevan a cabo con el fin de redistribuir el ingreso. Según la concepción populista, la retención hace bajar el costo interno de los productos, y los alimentos se abaratan. Esta es una estrategia industrialista completamente errada; algo que yo suelo denominar "populismo industrial", y que en Argentina, se ha impulsado por primera vez durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón.
Complementariamente, se le cierra la economía a la competencia extranjera con altos aranceles para importar bienes finales e incluso algunas prohibiciones. O sea que el gobierno de turno termina beneficiando solo a la industria que compite con las importaciones perjudicando a los sectores exportables.
Acá hay una mala percepción por parte del Kirchnerismo. Así como en los 90, hubo una idea fallida en la cual el Menemismo podía endeudarse externamente hasta atragantarse, ya que en ese entonces, Argentina estaba encarando una reforma de privatizaciones (necesaria para eliminar el déficit fiscal y la inflación) que iba a generar tanto crecimiento económico y aumento de impuestos que el gobierno iba a poder terminar pagando la deuda. A la luz de los hechos, el resultado ha sido desastroso.
Y de ese mismo modo, en el período kirchnerista 2003-2015, se consideró equivocadamente que el campo, la energía y la minería son parásitos que deben estar únicamente para proveer de alimento y energía a la industria a un precio barato, como si éstos no fuesen negocios sino bienes públicos que el Estado puede agarrar y con ellos, hacer lo que quiera.
La variable de la recaudación aparece recién en segunda instancia; aunque también es trascendental. Pero lo que predomina acá es el pensamiento arcaico, prehistórico y siniestro que consiste en dejarle todo servido a la industria, como si esta fuese la única manera posible de desarrollarla: reventando a los sectores en los que un país tiene ventaja comparativa para favorecerla.
Por ejemplo, hay países como Chile e Irlanda, que han desarrollado su industria; pero no mediante esta animalada, sino de la mano de impuestos muy bajos, un Dólar bien caro y mucha apertura de la economía al comercio exterior. Eso es lo que necesita Argentina. No alcanza con que el gobierno de Alberto Fernández haya descartado una suba de retenciones.
Asimismo, hay que tener en claro que la lucha del campo debería ser muy firme, tal como lo ha sido el último fin de semana frente a la Casa Rosada, en la Plaza de Mayo, la ciudad de Rosario, y tantos otros lugares de la República Argentina. Pero así como se manifestaron a favor de que los políticos bajen el gasto público para que el campo y el resto de la sociedad puedan producir sin que se los mate a impuestos, también deberían entender que esto es fundamentalmente una cuestión de IDEOLOGÍA, de entendimiento de cómo se desarrolla un país.
No puede ser que el textilero, que emplea mano de obra quizás esclava, se quede con la ganancia que genera estando protegido contra la competencia importada, mientras que el productor de petróleo, harina, trigo, pan, soja o carne tenga que ser castigado en beneficio del primero.
Con respecto al sentido de la marcha del pasado 23 de Marzo, ha habido una defensa de los intereses del campo acompañada por otra arista de reclamos. Entre ellas, una mejora en el bolsillo de todos los argentinos dada la situación económica actual. El trabajador argentino promedio está cansado de la inflación, la inseguridad, los impuestos, las mafias sindicales; en tanto que el oficialismo pretende llevarse puesta a la Justicia solo para que una persona multiprocesada, como Cristina Kirchner, no termine presa.
Y en la protesta a favor de que no se le cobren retenciones a los productores agropecuarios, dicho sector debe comprender que la disconformidad no pasa simplemente por los impuestos, sino por el populismo industrial que Argentina viene aplicando desde hace 80 años y ha sido un rotundo fracaso.
Ni hablar cuando el oficialismo se queja diciendo que el campo no ha invertido lo suficiente ante los cambios positivos en los precios internacionales.
¿Con qué derecho le va a decir un político a un empresario agropecuario que ha invertido de manera insuficiente?
Sea cual sea el sector, la clase política no debería entrometerse obligando a alguien a invertir una tal cantidad de dinero para producir; más aún si lo hace mientras vive de los impuestos que paga la gente de laburo.
El empresario, comerciante o productor invierte lo que se le canta. NO lo que el político le ordena.
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